Una derrota conduce a la victoria.
No sé qué hora era, los rayos de sol me arañaron los ojos cuando cruzaron las grietas de la persiana.
No podía dormirme, pero tampoco quería levantarme, me sentía tan indefensa e indiferente.
Tragué saliva y saqué un pie fuera de la cama; hacía frío y se me puso la piel de gallina mientras un escalofrío recorría todas mis entrañas.
Son de esas mañanas amargas, frías, de esas que son de color azul grisáceo, tristes.
Me levanté y cogí el sujetador de encaje negro que estaba en el respaldo de la silla del escritorio, las braguitas rojas que usaba los días de verano y me vestí unas tupidas medias negras y un vestido rojo de manga larga.
No solía vestirme así... Hoy sería un día especial, pensé.
Me calcé unos tacones negros que me gustaban mucho y fui hacia el aparato de música.
Puse una canción muy triste de piano y violines llorando en un inmenso eco.
Cogí uno de mis bolsos más grandes y en él metí unos zapatos, una sudadera, unos vaqueros y un gorro... Por si acaso.
Salí de casa con una inmensa sonrisa falsa. Le sonreí al portero, a la mujer de la panadería, al vecino del sexto que cruzaba la acera y acaricié a un perro atado a una farola.
Me sentía felizmente muerta, inundada de mierda... Pero sonreía; era lo que la gente quería ver: a una hipócrita como ellos.
Me metí por todos los callejones, me perdí entre las miradas de pervertidos, perseguí sombras anónimas, me metí en un hueco y me saqué el vestido mientras dos hombres que estaban tirados en el suelo me miraban con indiferencia.
Pudieron haberme violado, acosado, drogado, matado... Y sin embargo, me daba igual, no estaba asustada.
Me puse la sudadera y me quité las medias; nadie me había visto nunca mis braguitas rojas y aquellos hombres las estaban viendo... Eso me hizo estremecer un poco.
Me puse los pantalones, los zapatos y el gorro negro. Dejé el vestido, las medias y los tacones en el suelo y me fui.
Cuando giré la esquina asomé la cabeza y vi que los dos hombres aquellos tenían mi vestido y mis medias entre las manos y las estaban oliendo... No sé cómo me sentí en ese momento.
Estuve practicamente desnuda delante de ellos y sin embargo ni se inmutaron y al dejar la ropa abandonada, fueron a por ella solo para olerla.
Pobres hombres, la sociedad deja tirados en la calle a los caballeros, pensé.
Excelente.
ResponderEliminaro deja tirados nuestros sueños.
ResponderEliminarMe gustó muchísimo tu entrada, lamentablemente la sociedad hoy en día deja tirado muchas cosas. Te sigo, te espero por el mpio http://sem-inare.blogspot.com Un besote!
ResponderEliminarGenial, fantástico!
ResponderEliminarMe encantó !
ResponderEliminarPrecioso!!! escribe maaas Ale!
ResponderEliminarPau ^^
me gusta tu blog, parece medio gotico jaja :) al menos no es como los que he visto hasta ahora
ResponderEliminarte sigo!