martes, 8 de marzo de 2011

Paréntesis.

Una derrota conduce a la victoria.


No sé qué hora era, los rayos de sol me arañaron los ojos cuando cruzaron las grietas de la persiana.
No podía dormirme, pero tampoco quería levantarme, me sentía tan indefensa e indiferente.
Tragué saliva y saqué un pie fuera de la cama; hacía frío y se me puso la piel de gallina mientras un escalofrío recorría todas mis entrañas.
Son de esas mañanas amargas, frías, de esas que son de color azul grisáceo, tristes.

Me levanté y cogí el sujetador de encaje negro que estaba en el respaldo de la silla del escritorio, las braguitas rojas que usaba los días de verano y me vestí unas tupidas medias negras y un vestido rojo de manga larga.
No solía vestirme así... Hoy sería un día especial, pensé.
Me calcé unos tacones negros que  me gustaban mucho y fui hacia el aparato de música.
Puse una canción muy triste de piano y violines llorando en un inmenso eco.

Cogí uno de mis bolsos más grandes y en él metí unos zapatos, una sudadera, unos vaqueros y un gorro... Por si acaso.
Salí de casa con una inmensa sonrisa falsa. Le sonreí al portero, a la mujer de la panadería, al vecino del sexto que cruzaba la acera y acaricié a un perro atado a una farola.
Me sentía felizmente muerta, inundada de mierda... Pero sonreía; era lo que la gente quería ver: a una hipócrita como ellos.

Me metí por todos los callejones, me perdí entre las miradas de pervertidos, perseguí sombras anónimas, me metí en un hueco y me saqué el vestido mientras dos hombres que estaban tirados en el suelo me miraban con indiferencia.
Pudieron haberme violado, acosado, drogado, matado... Y sin embargo, me daba igual, no estaba asustada.
Me puse la sudadera y me quité las medias; nadie me había visto nunca mis braguitas rojas y aquellos hombres las estaban viendo... Eso me hizo estremecer un poco.
Me puse los pantalones, los zapatos y el gorro negro. Dejé el vestido, las medias y los tacones en el suelo y me fui.
Cuando giré la esquina asomé la cabeza y vi que los dos hombres aquellos tenían mi vestido y mis medias entre las manos y las estaban oliendo... No sé cómo me sentí en ese momento.
Estuve practicamente desnuda delante de ellos y sin embargo ni se inmutaron y al dejar la ropa abandonada, fueron a por ella solo para olerla.

Pobres hombres, la sociedad deja tirados en la calle a los caballeros, pensé.

7 comentarios:

  1. Me gustó muchísimo tu entrada, lamentablemente la sociedad hoy en día deja tirado muchas cosas. Te sigo, te espero por el mpio http://sem-inare.blogspot.com Un besote!

    ResponderEliminar
  2. Precioso!!! escribe maaas Ale!

    Pau ^^

    ResponderEliminar
  3. me gusta tu blog, parece medio gotico jaja :) al menos no es como los que he visto hasta ahora
    te sigo!

    ResponderEliminar